¡Espero que disfrutéis tanto como lo hice yo!
El viento otoñal sopla y trae viejos olores de atardeceres pasados, de hojas resecas y amarillentas que danzan al son de una melodía invisible. Sopla suavemente, con ternura, y roza mi piel, erizándola hasta el alma, como si de la caricia de un amante se tratara.
¡Qué bello atardecer! El tiempo parece detenerse y, por un momento, el suelo se despega de mis pies, pero no es el suelo quien se aleja de mí, soy yo quien me separo de él. Empiezo a levitar, a alzarme sobre los árboles tiznados de pinceladas verdes, amarillas, anaranjadas y rojas. Estoy volando, al igual que mi imaginación.
Me imagino surcando mares en compañía de los delfines, escalando un bello sendero que me lleva a cimas inalcanzables, desde donde se contempla todo el esplendor de una Tierra que rebosa vida a cada rincón.
Me imagino durmiendo acompañada de la luz de la luna llena, cubierta por un suave manto de estrellas, y sueño, sueño con volar, con la libertad y con la magia. La magia que envuelve la música, la misma música que hace bailar las hojas, la misma melodía que suena cuando nuestras miradas coinciden inocentemente y hacen hablar a nuestro corazón. La música que da sentido a mi vida.
De repente, algo suena, no es música. Un sonido desagradable, monótono y estridente martillea cruelmente mis oídos. Ya son las 7 y, como cada mañana, el despertador me secuestra brutalmente y me arranca de ese mundo de sueños, de felicidad y fantasías para devolverme a la falsa realidad del mundo del cual físicamente estoy presa. Un mundo en cuyo mar sólo hay tiburones hambrientos, un mundo donde los árboles tienen el alma de plástico y sus hojas ya no danzan, huyen despavoridas. Un mundo donde la única cima a alcanzar es el éxito, sin importar ni disfrutar el camino que a ella lleva. Un mundo donde soñar y volar es impensable.
Pero yo no pienso. Yo sólo sigo soñando, escuchando esa música melodiosa e invisible, y oigo al viento susurrar, susurra poemas entre el barullo de la gente que, desconectada, sigue su rutina diaria sin pararse a observar el magnífico atardecer que se esconde en el horizonte, un horizonte lejano que admiro.
Alzo los brazos, mis párpados descienden, siento el viento fluir y entonces exclamo: ¡Yo sé volar!
¡Qué bello atardecer! El tiempo parece detenerse y, por un momento, el suelo se despega de mis pies, pero no es el suelo quien se aleja de mí, soy yo quien me separo de él. Empiezo a levitar, a alzarme sobre los árboles tiznados de pinceladas verdes, amarillas, anaranjadas y rojas. Estoy volando, al igual que mi imaginación.
Me imagino surcando mares en compañía de los delfines, escalando un bello sendero que me lleva a cimas inalcanzables, desde donde se contempla todo el esplendor de una Tierra que rebosa vida a cada rincón.
Me imagino durmiendo acompañada de la luz de la luna llena, cubierta por un suave manto de estrellas, y sueño, sueño con volar, con la libertad y con la magia. La magia que envuelve la música, la misma música que hace bailar las hojas, la misma melodía que suena cuando nuestras miradas coinciden inocentemente y hacen hablar a nuestro corazón. La música que da sentido a mi vida.
De repente, algo suena, no es música. Un sonido desagradable, monótono y estridente martillea cruelmente mis oídos. Ya son las 7 y, como cada mañana, el despertador me secuestra brutalmente y me arranca de ese mundo de sueños, de felicidad y fantasías para devolverme a la falsa realidad del mundo del cual físicamente estoy presa. Un mundo en cuyo mar sólo hay tiburones hambrientos, un mundo donde los árboles tienen el alma de plástico y sus hojas ya no danzan, huyen despavoridas. Un mundo donde la única cima a alcanzar es el éxito, sin importar ni disfrutar el camino que a ella lleva. Un mundo donde soñar y volar es impensable.
Pero yo no pienso. Yo sólo sigo soñando, escuchando esa música melodiosa e invisible, y oigo al viento susurrar, susurra poemas entre el barullo de la gente que, desconectada, sigue su rutina diaria sin pararse a observar el magnífico atardecer que se esconde en el horizonte, un horizonte lejano que admiro.
Alzo los brazos, mis párpados descienden, siento el viento fluir y entonces exclamo: ¡Yo sé volar!
10 comentarios:
Debo confesar que el día que leí estas palabras era Lunes y, de repente, sentí la necesidad de escapar de la rutina y de volar libre como un ave. Mientras lo leía tuve la sensación de que yo también levitaba.
Gracias, Noe, por hacer de mi Lunes un día especial.
Un abrazote!
Es una reflexión,preciosa. Repleta de sensaciones y una gran inmaginación. A mi tambien me gustaría formar parte de esa gran aventura..aunque llevo muy mal eso de las alturas!
Gracias por hacernos participes de tus sueños.
p.d: Es un pato,el ave de la foto?
Un beso!
Realmente hermoso, Noe! Y gracias a ti, Mucipa, por compartirlo con todos nosotros y por ir mostrando al mundo pequeños pedacitos de ese arte tan hermoso y desconocido que es volar.
me ha gustado mucho lo que escribio Noe
Mucipa,
Gracias por publicar estas "humildes reflexiones", como tú dices, en tu maravilloso blog. Me alegro que te transmitieran tanto, hasta el punto de que las propias palabras pasaran a ser sensaciones.
De nuevo, te agradezco que quisieras compartir esas palabras con tus seguidores.
Un beso y un abrazo!
Noe
Majaranda,
me consta que tu también tienes una gran imaginación y que sabes utilizarla.
Espero poder leer algún dia una "gran aventura" tuya.
Muchas gracias a ti, por querer participar en ese sueño!
P.d: creo que la foto es un autoretrato, jeje!
Un beso!
Noe
Muchas gracias macufeliz!
No siempre se pueden cortar las alas y reprimir esas ganas de volar. Para mí escribir es otra forma de vuelo.Me alegro que te haya gustado.
Mucipa me recomendó tu blog y recuerdo haber leído hace tiempo unas reflexiones, también sobre volar preciosas.
Si el tiempo me deja prometo visitarlo más veces!
Noe
Muchas gracias Ryoga!
Para mí es muy especial que alguien se detenga a leer las cosas que escribo cuando me invade el aburrimiento y le parezcan interesantes.
Noe
GRACIAS A TODOS POR VOLAR CONMIGO EN ESTAS LÍNEAS
Noe
GRACIAS A TI, NOE, POR ESTAR SIEMPRE AHÍ Y HACERNOS PASAR ESTOS BUENOS RATOS.
PD: Hay que ver qué poco sabéis tu y majaranda de aves...
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